Mi familia es una especie de tropa un poco alocada, que a más de uno le divertiría observar por la mirilla de la cerradura.
Vivencias cotidianas que huelen a salsa de tomate y a jabón de ducha, una mañana soleada de domingo, tempranito y con esa bruma etérea, aparecen como una realidad transportándome lejos de donde estoy, suplantando, de repente, el momento en el tiempo. Floto como una partícula y a mis oídos vuelven otra vez las voces de mi madre llamándonos a mis hermanos y a mí a desayunar; el trote bajando la escalera y su sonrisa al vernos entrar en la cocina con los pelos revueltos y arrastrando el cinturón desabrochado de nuestros batines.
Como un vahído de película antigua, se antepone otra escena con figuras transparentes y peinados de cuatro décadas atrás. La abuela en su visita semanal. Con su voz ronca y sonora preguntándole a mi madre por todos y cada uno de nosotros mientras mordisqueaba una galletita sin demasiado interés ¡Aquellas señoras no parecían tener hambre nunca! Las dos hablando animadamente en un lado de la sala mientras en el otro nosotros nos peleábamos por tener un sitio en el sofá para ver en la televisión aquellos dibujos animados descoloridos, a la vez que intentábamos hacer los deberes. Sonaba el teléfono. Ese timbre, que ahora llaman “melodía retro”, resonaba en toda la casa por encima del guirigay. ¡En tromba salíamos todos a contestar! Y con la misma turbulencia volvíamos al sillón, y la abuela y mi madre seguían su cháchara como si tal cosa…
Ahora todos somos mayores, hemos ahuecado el ala, tenemos hijos y vivimos en otra parte, pero cuando nos juntamos volvemos a ser aquel grupito informal que conversa tranquilamente sin importarle la algarabía, mientras los pequeños se arrastran entre nuestras piernas persiguiendo al gato, y los otros juegan al escondite abriendo y cerrando puertas por toda la casa, en medio de risas y griteríos.
Las sillas no están alineadas ni los muebles simétricamente colocados. Todo tiene un aire un tanto anárquico, pero por encima de todo, un velo de aquel candor me acompaña allá donde voy, alojándose en el rincón más entrañable de mi memoria.
--mfggfm--
Presenté este relato a un concurso de escritura.
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